(Traducción al español, Francisco Javier Lagunes Gaitán)
Este es un viejo sermón que parece más relevante cada año. No es una defensa del ateísmo; pienso que el “ateísmo” sólo tiene sentido en relación con el fundamentalismo. El “Dios” en el que no creen los ateos es uno que solo a un fundamentalista le interesaría defender (y no a muchos de ellos, por cierto). Se trata de una cuestión más profunda que surge aquí, la cuestión de si hay algo construido en nosotros, en tanto que humanos, que sea profunda e irreductiblemente religioso ?más antiguo que los dioses?, o de si la “religión” es solo un saco de creencias reunidas en una iglesia. Si somos gente profundamente religiosa, existe esperanza para nuestros sueños de justicia y libertad. De otra forma, no estoy tan seguro. Sin embargo, creo que la religión real de los ateos ?si asumimos que entiendo bien? podría sorprenderte. |
RELATO: “La balsa”
El Buddha dijo, “Un hombre que caminaba por una carretera ve un río grande, su orilla cercana es peligrosa y atemorizadora, su orilla lejana es segura. Él reúne varas y follaje, hace una balsa, atraviesa el río a remo, y alcanza a salvo la otra orilla. Ahora supón que, luego de que alcanza la otra orilla, él toma la balsa, se la pone sobre la cabeza y camina con esta carga sobre la cabeza dondequiera que va, debido al importante papel que la balsa jugó en su vida una vez. ¿Estaría el hombre usando la balsa de una manera apropiada? No; un hombre razonable se daría cuenta de que la balsa le fue muy útil para cruzar el río y llegar a salvo al otro lado, pero que una vez que cruzó, lo apropiado es deshacerse de la balsa y caminar sin ella. Esto es usar apropiadamente la balsa.
“De la misma forma, todas las verdades que deben usarse para cruzar; no deben creerse una vez que llegaste. Debes liberarte incluso de las nociones más profundas o de la más saludable enseñanza; y mucho más, de las enseñanzas no saludables”. (Stephen Mitchell, The Gospel According to Jesus, pp. 135-6.)
SERMÓN: Religión para ateos
No importa cuan inteligentes o sofisticados pensemos que somos, siempre ha sido el caso que los buenos relatos nos enseñan más que un montón de notas filosóficas a pie de página. Y entre más importante es una noción, es más posible que la hayamos aprendido de una historia.
Durante mi primer año de estudios de postgrado en religión, hace más de veinte años, tuve una experiencia que me llegó envuelta en un relato semejante. Vino al final de un curso sobre construcción de servicios de adoración que se enseñaba simultáneamente para estudiantes de la Escuela de Divinidad de la Universidad de Chicago y para los de la Escuela Teológica Meadville-Lombard, el pequeño seminario Unitario a unas cuadras de distancia. Los estudiantes de la Escuela de Divinidad pertenecían a programas de ministerio ?más que de postgrado académico? y se preparaban para alguna clase de ministerio cristiano. Los estudiantes de la escuela Meadville también provenían de programas de que los preparaban para el ministerio Unitario. Yo era un estudiante de la Escuela de Divinidad, de un programa de doctorado (Ph.D.), en vez de un programa de ministerio, aunque paralelamente me preparaba para el ministerio Unitario, así que generalmente me encontraba en medio, o por fuera, de ambos campos.
Nuestro maestro era un pastor y predicador talentoso, con una señalada habilidad para llevar a otros a una rápida y poderosa valoración de lo que trata la religión realmente. Para nuestro trabajo final, él nos dijo que planeáramos y condujéramos un servicio de adoración juntos. Entonces nos dejó para realizarlo, mientras nos observaba discretamente desde el otro lado del gran salón, mientras la hacíamos de tontos.
Los pleitos fueron sobre el lenguaje, y empezaron cuando los cristianos quisieron meter una plegaria de intercesión a Cristo. Los Unitarios replicaron resaltando el hecho de que ese personaje de “Cristo” no era parte de su religión, y que no era aceptable como parte de un servicio conjunto tampoco. Los cristianos lucharon un poco, pero aceptaron que por este servicio particular podían dejar a Cristo fuera. Después de todo, uno de ellos dijo que el propósito del Cristo era realmente señalar hacia Dios, de cualquier manera.
En respuesta los Unitarios se quejaron de nuevo. “No lo llamemos dios”, dijo una mujer. “Eso es demasiado arcaico y patriarcal y todo eso. ¿No podríamos simplemente llamarlo “lo sagrado”?”
Esta vez, los cristianos pelearon bastante más tiempo y más duro. Algunos dijeron que un servicio de adoración que deja fuera a Dios era una contradicción en sus términos. Después de todo, se suponía que éste sería un servicio de adoración, no un grupo de discusión. Pero los Unitarios se atrincheraron también, y luego de que una mujer sugirió que podríamos incluir a Dios, en la medida en la que también incluyéramos una plegaria a la Diosa, los cristianos cedieron, y aceptaron que, en este cada vez más extraño servicio que planeábamos, no habría ni Cristo ni Dios. Uno de ellos, con la intención de iluminar las cosas un poco, hizo notar certeramente que acabábamos de borrar dos tercios de la Trinidad. “Al menos”, dijo esperanzado, “todavía nos queda el Espíritu Santo”.
Como réplica? sí, uno de los Unitarios objetó esa palabra “Santo”. “Suena tan premoderna”, dijo él. “¿Por qué no solo lo llamamos “El Espíritu”, o podría ser “Espíritu de la Vida”?”
Esta vez, en cambio, los cristianos no se rendirían. Uno grito algo sobre los chiflados Unitarios de la Nueva Era que sentirían temor de cualquier cosa remotamente religiosa. Otro se preguntaba por qué los Unitarios se molestaban en prepararse para el ministerio, en vez de simplemente unirse a un club de lectura en alguna parte. Y una mujer pasiva-agresiva dulcemente sugirió que todos necesitábamos ayuda psicológica.
Los Unitarios, por su parte, intentaban decir que les gustaba la idea de tener al “espíritu” en el servicio, de alguna forma, que solamente no les gustaba la idea de llamarlo “Santo”. Esta vez, los cristianos no cederían.
Finalmente, cuando las arengas habían alcanzado un nivel completamente embarazoso, el profesor, que había estado escuchando discretamente al otro lado del salón, hizo su entrada súbita. Subió lentamente, caminó hacia nosotros muy decididamente, se sentó en la orilla de una mesa en medio de nuestro espacio, nos prodigó esa mirada de “Papá está enfadado”, y dijo severamente “¿Cuál es su problema?”
Inmediatamente, todos comenzamos a actuar como niños de seis años, tratábamos de echar la culpa al otro, señalábamos al otro lado y nos quejábamos sobre sus injustas demandas.
Mientras nos lanzaba una mirada fiera, nos dijo: “¿Y la única cosa que pudieron acordar es que les gustaría incluir al Espíritu como parte de su servicio?”
Sí, dijimos tartamudeantes: “Pero no sabemos cómo nombrarlo”.
Aún con tono severo paternal, nos lanzó una mirada castigadora y nos contestó con una sola palabra: “¡Evóquenlo!”.
“¡Evóquenlo!” A menos que puedas evocar la cualidad del espíritu que es justamente llamado santo, no tienes ninguna oportunidad de escenificar un servicio de adoración de cualquier manera.
Para mí, ese relato trata del alma misma de la religión, y del núcleo de lo que significa ser un ser humano. Por toda la historia humana, hemos tratado de evocar algo más en la vida: significados más profundos y duraderos, causas e ideales que servir que puedan sobrevivirnos, y otorgarnos una sensación de inmortalidad. Hemos tratado de “evocar” una mayor y más abarcante trama para nuestras vidas, y de proclamar que somos partes esenciales de esta realidad mayor. Siempre lo hemos hecho.
Hemos descubierto los sitios de entierros Neanderthal en China, de hace 100,000 a 200,000 años, en ellos los muertos fueron enterrados en posición fetal, en tumbas con forma de vientre materno, mirando al este, en dirección de la salida del sol. Parece como si ellos intentaran evocar los poderes invisibles del sol y la tierra para dar a su gente alguna clase de renacimiento. Así que alguna de la más antigua evidencia de actividad humana que hemos encontrado muestra que estos tempranos animales de dos piernas trataban al suelo como a la Madre Tierra, y enterraban a su gente en posiciones y con estilos que sugieren que creían que eran parte de un todo cósmico benevolente que podría, de alguna manera y en alguna parte, hacerlos “renacer”.
Hace más de treinta mil años, cazadores primitivos pintaron cientos de pinturas en las paredes de la cueva subterránea de Lascaux, en Francia. Este sistema de cavernas fue usado por cerca de quince mil años, y ha sido llamado el mayor y más antiguo santuario religioso del mundo. Las pinturas aún existen, y solo fueron redescubiertas durante el siglo pasado. Muestran los animales que la tribu cazaba, pero entre esos antiguos dibujos coloridos está el dibujo de uno de sus shamanes. En las culturas cazadoras, un shamán era un hombre altamente intuitivo que tenía una especie de sexto sentido sobre la cacería exitosa de los animales de los que dependían para alimentarse. La imagen de este shamán lo mostraba como compuesto de partes de una docena de diferentes animales de presa. He aquí uno de nuestros más antiguos esfuerzos para proclamar alguna clase de relación trascendente con los otros animales sobre la tierra. Aquí estuvieron nuestros antepasados, intentaron evocar a aquellos espíritus impronunciables que parecían guiarlos, tanto a ellos mismos, como a los animales que cazaban para comer.
También hace alrededor de treinta mil años o más, otros entre nuestros antepasados hicieron muchas figurillas de “Venus”, que nuestros arqueólogos modernos han desenterrado. Eran pequeñas figuras estilizadas de mujeres sin cabeza ni brazos, pero con grandes senos y caderas. No estamos seguros de cómo usaron estas figuras simbólicas ?aunque una académica me dijo hace una docena de años que los especialistas están seguros de que los hombres controlaban por igual la sociedad, y los símbolos, ¡esto porque sólo los hombres reducirían la visualización de las mujeres a reproductoras sin rostro ni brazos! Pero las figuras implican que ellos ya identificaban a las hembras humanas como poseedoras de la misma clase de poderes generadores que ellos habían encontrado por todo su mundo. He aquí a nuestras figurillas tempranas que mostraban que algunos más de nuestros antepasados ya concebían a la “Madre Tierra”. Y para hacer esto, ellos tuvieron que asumir que, de alguna manera, eran parte de un estilo cósmico de comunicación que incluyó no solo a los animales, sino también al reino de las plantas ?y desde luego, a todas las fuerzas vitales creadoras sobre la tierra.
Y el animal humano no ha cambiado mucho desde entonces. Apenas en 1972-1973, lanzamos las sondas Pionero 10 y Pionero 11, las primeras naves espaciales concebidas para ir más allá de nuestro sistema solar, nuestro primer intento de comunicarnos con cualesquier otra vida inteligente que pudiera haber en este rincón del universo. Y en estas naves espaciales, incluimos pequeñas placas de oro con dibujos burdos de un macho y una hembra humanos. El macho tiene la mano derecha levantada en lo que asumimos que toda la vida en el universo podría reconocer como un gesto de paz. Todavía asumimos que somos, de alguna manera, pequeñas partes de una grandiosa y sorprendente realidad que desafía nuestra imaginación, y con la que podemos, de alguna manera, comunicarnos intuitivamente.
Hemos llamado a estas dimensiones ocultas de nuestra vida con muchos nombres, y las hemos plasmado de muchas maneras. Pero siempre, aquellos quienes han sido los más religiosamente musicales o imaginativos han intentado evocarlas, para hacer visible y memorable la trama más amplia de la que nuestras vidas son parte.
Hemos creado a los dioses de forma humana y animal, e inventado mil rituales ?desde encender un fuego a recitar las mismas palabras de las mismas formas para iniciar y terminar las ceremonias. Puede parecer que adoramos a estos dioses, ya sea dibujados, como un antiguo shamán hecho de partes de animales, o creados a nuestra propia imagen, como esos dioses de los griegos, judíos e hindúes. Pero no necesariamente adoramos a aquellos dioses, ni estamos esclavizados por los rituales. En cambio, los dioses se cuentan entre los vehículos que hemos creado a lo largo del camino para llevar esta gran carga nuestra.
La “gran carga” es la interminable búsqueda que yace en el corazón de la religión. En nuestra sociedad, donde los fundamentalistas nos han enseñado a la mayoría de nosotros nuestro entendimiento básico de la religión (incluso los ateos son ateos en un juego inventado por los fundamentalistas), estamos acostumbrados a escuchar que llaman a esta búsqueda el anhelo de salvación. Pero incluso las dos palabras “religión” y “salvación” lo ponen al descubierto. “Religión” viene de una raíz latina que significa “reconexión”, como que alguna vez estuvimos conectados, pero de alguna forma nos soltamos. Y “salvación” proviene de la misma raíz latina que la palabra “salve”: que significa estar sano, o indemne. Es esta búsqueda la que ha definido a nuestra especie magníficamente imperfecta, incluso desde antes de que pudiésemos siquiera formular la cuestión: cómo reconectarnos a una clase de realidad mayor que la que nuestras vidas diarias nos muestran.
Y venimos a nuestras iglesias, incluso a esta iglesia, aún esperanzados en que algo podría suceder este domingo que nos ayude a encontrar el camino que va de quienes somos, hacia todo lo que debemos ser. Venimos con la esperanza de que un mayor conjunto de posibilidades y de conexiones podría, de alguna manera, ser evocado.
Desdichadamente, tenemos una deficiencia igualmente profunda y antigua. Y esa deficiencia es nuestra incapacidad para encontrar la diferencia entre la búsqueda sagrada y los vehículos temporales que hemos usado para ir en su busca. La búsqueda, la continua indagación de mayores conexiones o iluminación, es sagrada. Los vehículos no lo son. Aunque generalmente alabamos encarecidamente a los vehículos ?y nos olvidamos de la indagación. Las guerras religiosas son el más violento y cómico ejemplo de esto. Nos matamos mutuamente en el nombre de nuestros dioses peculiares, los mismos dioses cuyo propósito esencial es ayudarnos a ver que todos somos hermanos y hermanas.
Adoramos a los zaguanes en vez de pasar a través de ellos. Los símbolos y metáforas parecen confundirnos completamente, y nos dedicamos permanentemente a mezclar sueños y realidad, imaginación y hechos. De alguna manera, somos una especie terriblemente primitiva e inmadura.
Cuando miramos a la historia humana, desde las cuevas de Lascaux, Francia, hasta las diosas y dioses griegos, una de las más estruendosas lecciones que aprendemos es que, en última instancia, todos los dioses mueren, todas las religiones se convierten en otras religiones, o desaparecen. Al final, todos los vehículos fallan, y somos dejados para proseguir por nosotros mismos ?a veces, cómicamente, seguimos llevando los vehículos muertos sobre nuestras espaldas, como amuletos de la suerte, por los viejos tiempos. Entonces el espíritu se ha ido de la religión, y lo que queda es poco más que un club social potencialmente peligroso.
Tal vez no deberíamos llamarlo el “espíritu”. Tendemos a ser tan literalistas que podríamos tratar de imaginar alguna clase de fantasma, o una conciencia cósmica que rondaría por ahí, y eso no es de lo que se trata.
Así que lo pondré de un modo diferente. El antiguo sabio chino Lao-tsé habló de “el Camino”, que usualmente es llamado el Tao, como en la religión del “taoísmo”. Pero él escribía sobre esta misma búsqueda profunda, esta misma jornada, que ha identificado las dimensiones religiosas de los humanos desde el principio. Este “Camino” es el modo de vida que siempre hemos buscado, una forma de vivir que nos reconecte con el Espíritu, que nos haga íntegros, que nos haga uno con la manera en que las cosas son en realidad. He aquí como lo puso Lao-tsé hace 2500 años:
El Camino es como un pozo:
Usado pero nunca agotado
Es como el hueco eterno:
Lleno de infinitas posibilidades.
Está escondido pero siempre presente.
No sé quién le dio nacimiento.
Es más viejo que Dios.
Lao-tsé podría haber añadido que le dio nacimiento a Dios, o que creó a todos los dioses como vehículos temporales para llevarnos en nuestras búsquedas de este Camino. Pero se trata de este Camino ?de esta forma de vivir y de ser? que es lo que siempre hemos intentado evocar, a través de todos los lenguajes religiosos y poéticos que los humanos han conocido. Y la manera en que puedes decir si alguien encontró ese Camino, o que está cerca, es a través de la cualidad de su carácter. Martin Luther King Jr. solía decir que soñó con un tiempo en el que todos seríamos conocidos por el contenido de nuestro carácter más que por el color de nuestra piel. El contenido de nuestro carácter es la más clara medida de si alguien ha encontrado, o no, el Camino, o si todavía está perdido. Y hay algo terriblemente profundo dentro de todos los seres humanos que saben esto instintivamente.
Hace unos pocos años, gente de todo el mundo estaba dispuesta a pasar por alto el adulterio de la Princesa Diana y otras artimañas puestas en evidencia, debido a sus muchas actividades humanitarias a favor de los pobres y desfavorecidos. La gente la vio a ella como un vehículo para una clase sagrada de preocupación por los otros. Y estuvieron dispuestos a aceptar imperfecciones en el vehículo, porque era un vehículo que parecía haber encontrado el Camino.
La Madre Teresa fue reconocida por muchos como una santa, y esto no tuvo nada que ver con su religión, solo con sus acciones. Gandhi, el hinduista, fue reverenciado por cristianos, judíos, musulmanes, y otros por todo el mundo, porque había algo sagrado en él también. Él lo había “encontrado”, y nosotros lo reconocíamos. Él había encontrado esa reconexión, esa integridad, ese “Camino”, que todos reconocemos como la más sagrada de todas las búsquedas humanas. El Dalai Lama del Budismo Tibetano es, asimismo, reconocido por gente de todas las fes como alguien que tiene esta dimensión especial, alguien que ha evocado a ese Espíritu esquivo, alguien que encontró el Camino.
Esto no se limita a figuras religiosas. Mohamed Alí todavía es reverenciado alrededor del mundo, y solo parcialmente debido a sus una vez grandes dotes como boxeador. Es más reverenciado por sus grandes dotes de integridad y coraje moral, porque nos muestran que él también encontró el Camino. ¡Cómo adoramos y perseguimos a aquellos que parecen haberlo encontrado! Y todos sabemos que el secreto del carácter de la Madre Teresa, o de Gandhi, el Dalai Lama, o de Mohamed Alí, no tiene nada que ver con las religiones oficiales del cristianismo, hinduismo, budismo o el islam. El secreto de su carácter vino de un lugar mucho más profundo. Vino de aquel lugar en nosotros que precedió a los dioses, que nos identificaba antes de que naciera siquiera cualquiera de las religiones mundiales. Por eso es que gente de todo el mundo puede reconocer tan fácilmente a la gente que ha encontrado ese Camino, cuyas vidas tienen esa dimensión espiritual profunda, sin importar su religión: porque toda religión va en pos de algo más antiguo que la religión en sí misma: más viejo que Dios, como lo describió Lao-tsé. Y tras de lo que nosotros vamos es de esa misma cualidad del espíritu, dondequiera que se encuentre.
¿Pero ves lo que ha sucedido aquí? Hay una rica ironía aquí y vale la pena de tratar de ponerla en palabras. Significa que dentro de nosotros, dentro de cada uno y de todos nosotros, están los anhelos que dieron nacimiento a los dioses. Y la salvación, o integridad, o encontrar lo que Lao-tsé llamó el Camino, ocurre solamente cuando estamos reconectados con ese nivel de nosotros mismos, y respondemos a ese nivel en los otros, anclados en ese nivel de la vida misma. Toda salvación, en otras palabras, es salvación por el carácter. Y lo sabemos instintivamente. Admiramos a Mohamed Alí y sentimos rechazo por Mike Tyson porque el primero tuvo una cualidad de carácter que el segundo no tuvo. No sabemos ni nos interesa lo que la Princesa Diana creía, porque esa cualidad profunda del carácter se mostró brillantemente en sus cruzadas contra las minas terrestres y por los desfavorecidos.
Puede que algunos de ustedes hayan escuchado o visto escenas televisadas de la pelea de Mike Tyson contra Andrew Golota el viernes en la noche (20 de octubre de 2000). Golota recibía una golpiza, y luego del segundo tiempo simplemente se rehusó a pelear más, y dejó el cuadrilátero ?aún con los tres millones de dólares, o más, garantizados que él recibió por la pelea. Lo que resultó más interesante sobre las opiniones de los comentaristas deportivos después es que nunca mencionaron su boxeo ?solo su carácter.
Sin duda sabemos qué es y qué no es sagrado sobre la gente, ve a funerales o a servicios fúnebres conmemorativos. Imagina un elogio que diga que la mejor cosa de una persona era que recitaba fielmente todos los credos prescritos por su religión. ¡Vaya elogio estruendosamente acusador que sería ese! No, si hemos de hablar de manera encomiosa, cálida y honesta de la gente, debemos hablar de la cualidad y contenido de su carácter. A ellos les importó, trataron de servir ideales nobles. Trataron de ser una parte constructiva de un mundo que no estaba hecho a su imagen. Mostraron el valor moral cuando fue necesario, así que fueron una bendición para el mundo durante su tránsito por él. Ahí reside la salvación, y todos lo sabemos. La gente puede pasar a través de las puertas que ofrecen sus religiones o filosofías particulares para encontrar ese nivel más profundo de la vida. Pero las puertas y zaguanes no son santos, solo el tránsito a través de ellos lo es.
Cuando alcanzamos los fundamentos de la búsqueda religiosa, nos damos cuenta, como Lao-tsé lo hizo hace veinticinco siglos, que nos encontramos en un lugar más antiguo que los dioses, más antiguo que la religión. Estamos en ese lugar del que provenimos, y con el que hemos buscado una reconexión todas nuestras vidas, y por toda nuestra historia.
Entonces no nos hacemos preguntas sobre la ortodoxia. Nos hacemos preguntas más simples y eternas. Nos preguntamos “¿Quién soy, y quién estoy llamado a ser? ¿Qué les debo a los otros, incluso a los extraños? ¿Qué le debo a mi especie, y a la historia? ¿Dónde está el camino por el que puedo viajar para responder estas preguntas? ¿Dónde está el camino que puede hacerme íntegro otra vez, al reconectarme con todos los que viven, todos los que han vivido, y toda la vida que ha vivido o que habrá jamás? ¿Cómo puedo vivir con orgullo y de manera noble, más que egoísta? ¿Cómo puedo vivir bajo la mirada de la eternidad y todavía mantener la cabeza en alto?” Ahora estamos buscando el Camino, y evocamos al Espíritu llamado “Santo”.
¡De qué manera esto lo cambia todo!
Ahora preguntamos si es que la dimensión sagrada de la vida, el Espíritu, el Camino, habrá de hacerse manifiesto, la respuesta que obtenemos: “Tal vez aquí”.
Ahora, cuando preguntamos cuándo esta dimensión sagrada de la vida habrá de ser evocada, la respuesta llega: “Tal vez ahora”.
Cuando preguntamos a quién corresponde la tarea de evocar a este espíritu salvífico que puede hacernos más íntegros, la respuesta que viene: “Tal vez es nuestra tarea”.
Cuando miramos alrededor de nuestro mundo con mil diferentes religiones y culturas, y preguntamos cómo carambas vamos a cumplir tan sagrada y eterna tarea aquí y ahora, viene la respuesta. “Tal vez juntos”
Una de las mayores ironías de toda la historia humana es el hecho de que cuando llegamos al fundamento mismo de todas nuestras preguntas religiosas, nos hemos movido ya más allá de la religión, hacia un lugar más viejo que los dioses. Es la religión de la salvación por el carácter y la integridad. Es la religión de los ateos ?e, irónicamente, es la religión más profunda de todas las demás, también.